domingo, 22 de abril de 2007

Manutísimo

Falafel con tabule

Que alguien me explique cómo llegó a líder de un grupo un oso con la
remera encogida y evidentes dificultades para comprender consignas.

Ramiro está ofendido porque no fue invitado a una fiesta, y todo es culpa mía. En realidad creo que en este tema la naturaleza no fue sabia: un niño no debería tener la capacidad de ofenderse por haber sido excluido de un evento social, si aún no tiene la capacidad de comprender el concepto de no haber nacido para cuando el supuesto agasajo tuvo lugar. Pero la trama se complica, y ahí está lo que es culpa mía: la supuesta fiesta ni siquiera existió.

Yo ya había escuchado por allí que uno no debería responder las preguntas de los niños al descuido, pero a veces pasa.

Ramiro tiene por parte de su papá un hermano mayor, Manuel, que vive la mitad de la semana con nosotros y tiene 11 años. Como buenos hermanos, se adoran y se muelen a palos. Contrariamente a todos los pronósticos que auguraban que Manu ardería de celos con la llegada del nuevo hermanito tras ocho años de hijo único, resultó ser el nuevo hermanito el que casi siempre vuela de rabia por todo lo que tiene o deja de tener el que llegó antes. Quizá por eso Ramiro aprovecha cada ratito que Manu no está en casa para invadirle la pieza, hurgar entre sus cosas, dibujarle todo el pizarrón y robarle pequeños juguetitos al grito de "¡é mío, é mío!"
Un día Ramiro encontró en un cajón una foto de Manu chiquito, vestido con un traje naranja de un material peludo. Me preguntó qué era y yo le contesté, pensando en otra cosa, que era Manu vestido de Winnie Pooh en una fiesta de disfraces. Poco después recordé que en realidad se había disfrazado en un restaurante de comida árabe que tenía un área para chicos, con pelotero y animadoras que enviaban a los niños de vuelta a las mesas vestidos como personajes infantiles conocidos. Los padres que gracias a la experiencia recogida en múltiples ingestas de falafel y tabule habíamos llevado cámara, sacábamos fotos.
La cuestión es que ahora Ramiro está furioso porque no fue invitado a la fiesta que nunca existió, y yo no sé si no le explico la verdad porque dudo de que a su corta edad comprenda el improbable vínculo entre el restaurante árabe y Winnie Pooh, o porque me avergüenza que a tan corta edad ya constate que mamá le mandó fruta con tal de sacarse el tema de encima. Mi esfuerzo actual consiste en tratar de que Ramiro se concentre en el concepto de que existía la vida en la Tierra antes de su nacimiento, algo que parece enfurecerlo aún más.

Nunca deja de sorprenderme la parsimonia con que Manu tolera los embates de Ramiro. Le roba la pelota, los anteojos de sol, el celular, el MP4, cualquier cosa que tenga en la mano o esté a punto de agarrar, y Manu por lo general sólo revolea los ojos hacia arriba con cara de "ya vendrá a pedirme la moto para salir con la novia y ahí me voy a vengar". Pero la disputa no se limita a los objetos.

Hace poco Manu, que es muy creativo, fue elegido para escribir, codirigir y protagonizar un cortometraje que dentro de un tiempo será exhibido en un festival de cortos hechos por chicos de distintas partes del mundo. Como trata sobre su vida, el proyecto convirtió nuestra casa por momentos en una sede de Gran Hermano, experiencia que por cierto no recomiendo a nadie y de la cual creo que, para aceptar someterse voluntariamente a ella durante largos períodos, hay que ser como, digamos, los chicos de Gran Hermano. Ramiro no pudo con su genio: cada vez que tuvo ocasión se robó la escena, abusando de su condición de niño menor de la casa. Si bien es habitual que sea un chancho para comer como todos los chicos de su edad, admito que mientras mojaba la papa frita en el postrecito de chocolate su insistente búsqueda de la cámara para que lo enfocara ya era un tanto irritante, como esas promotoras que estiran el cuello detrás de los deportistas cuando éstos hacen declaraciones a la prensa, no sé si se fijaron.

Generosamente, Manu le dio un lugar privilegiado en la edición final de la película, porque, con todas las incidencias del caso, tienen una relación hermosa. Y me van a disculpar que esta vez no termine la historia buscando rematar con un chiste, sino con un apunte que me emociona: hace un tiempo Ramiro inventó, totalmente por su cuenta, un nuevo apodo para su hermano. Derivado de Manuto, que es una deformación "ramirezca" de Manucho, como le decíamos a veces, un buen día lo empezó a llamar Manutísimo. Toda una declaración de principios: más allá de los celos y la competencia, Manu es para Ramiro un "ísimo". El más grande, un superlativo.

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