domingo, 17 de junio de 2007

Una vuelta más

Mickey medio trucho, como los de las calesitas

Veo al calesitero dándole a esa rubiecita la sortija que acaba de negarle
a mi hijo y pienso: sádico, racista y mujeriego.

Hace mucho que no escucho una canción de Panam, y no estoy segura de si eso me provoca placer o un cierto dejo de desasosiego. A cualquier persona que sepa distinguir más o menos entre una canción y un crimen universal en nombre de la música, le causaría un gran alivio no tener que exponerse a las notas letales de la rubia ¿actriz, conductora, modelo?, en cambio a mí me recuerda que Ramiro se está haciendo grande, y es inevitable que las mamás queramos, en algún lugar de nuestro corazón, que nuestros hijos sigan escuchando a Panam. Quiero decir, que sigan siendo bebés.

Ramiro y yo sufríamos su primer disco -no sé exactamente cuántos editó, si existe Justicia en el mundo debería ser sólo uno- a diario hace ya bastante tiempo, cuando él era bien chiquito y le encantaba dar vueltas y vueltas en la calesita. Ahora apenas da alguna que otra cada tanto, como quien despunta un viejo vicio.

Pero Panam no era nuestra única tortura musical cotidiana; también Floricienta nos martilló los tímpanos largo rato con las mismas cuatro canciones. Al principio yo creía que por alguna extraña coincidencia siempre caíamos cuando pasaban los mismos temas, pero con el tiempo advertí que no existía en el menú musical de nuestra calesita habitual otra variedad discográfica. Hoy en día se le agregaron un par de melodías de la serie Patito Feo, las cuales me hacen extrañar con ahínco las horribles letras y entonación de Panam, que al menos me parecían ligeramente menos perniciosas para la influenciable cabecita de los niños.

Dentro del universo de Ramiro hay en puja varias calesitas, y no estoy segura de si él tiene algún favoritismo, como sí es mi caso. Para mí, a la calesita de Gustavo no hay con qué darle, mientras que la del Parque Rivadavia me parece una estafa.

La calesita de Gustavo está en la Plaza Almagro, a la que concurrimos diariamente. Gustavo es un muchacho algo retraído que maneja la calesita junto con un señor muy mayor que supongo será su padre, y verlos llegar e irse juntos da ternura.

Gustavo parece muy orgulloso de su calesita; la tiene impecable y le dedica mucho trabajo. Vive retocando la pintura de los caballitos, autos y aviones, e incluso su Pato Donald y su Mickey se parecen bastante a los originales, en lugar de asemejarse a primos lejanos como suele ser el caso. Las vueltas duran exactamente una canción, y algunas veces, obedeciendo a una lógica que aún no logré dilucidar pero que algún día desentrañaré, a poco de comenzar un tema Gustavo lo hace volver a empezar, optimizando de este modo el valor de la ficha abonado por los padres o eventuales acompañantes de los párvulos.

No en todos lados la duración de la vuelta está clara, y cuando esto sucede a mí personalmente me saca de quicio. La calesita del Parque Rivadavia, por ejemplo, me resulta incomprensible. Uno nunca sabe bien cuándo terminó la vuelta, porque arranca y frena en forma totalmente desacompasada de la música, y como además de por sí anda medio lenta, cada dos por tres los adultos nos estamos todos mirando como diciéndonos "¿está terminando? ¿sacamos a los chicos de los caballitos, o cuando empecemos a hacerlo esta cosa remontará vuelo y saldremos todos despedidos hacia las copas de los árboles?"

Otro revés es que está alfombrada con una carpeta que no debe haber visto una aspiradora en años, la música es del año del jopo y se escucha sólo cuando uno pasa al lado del parlante -del lado de la calle Rosario sólo se distinguen las bocinas de los autos-, y por si algo faltara, el señor que expende los boletos no es simpático.

Existe asimismo una tal "calesita del burro" que extralimita mi rango de conocimiento, porque es un lugar al que Ramiro va sólo con Yamila, su niñera. Tengo entendido que queda por Congreso y que van ahí cada vez que Ramiro tiene ganas de viajar en subte. No sé cómo anda de pintura, qué música pasan, si el piso es de madera o alfombra ni si Mickey se parece a Mickey o a la Rana René.

Cuando Ramiro era muy chiquito y ya se había hecho habitué de la calesita de la Plaza Almagro, Gustavo, que es tímido pero cariñoso con los chicos, aparentemente lo confundía con otro nene, de nombre Nicolás. Una y otra vez le decía "hola, Nico", y a mí me daba pudor y pena corregirle el error, mientras que Ramiro miraba para cualquier lado porque no se sentía particularmente aludido.

Un día se lo comenté a mi marido, quien abordó el tema con cierta alarma. "¿No te parece que es un riesgo que le diga Nico si se llama Ramiro?", me preguntó. Ante mi expresión de total desconcierto, agregó: "¡¡Mirá si un día le pasa algo a Ramiro y Gustavo empieza a preguntar dónde está la mamá de Nico!! Me dejó reflexionando. No tanto por la improbable peligrosidad de la confusión de Gustavo, sino más bien acerca del concepto que mi marido tiene de mí como madre. En qué circunstancia podría darse que el calesitero tuviera que estar vociferando en busca de la mamá de un nene que por entonces no llegaba al año de vida. Qué estaría haciendo yo por la Plaza Almagro, o mejor dicho, qué cree mi marido que podía estar haciendo yo mientras mi bebé daba vueltas en la calesita escuchando a Panam.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

CUIDADO CON LAS CALESITAS...

Cuando era chica, unos doce años más o menos, daba vueltas con mi hermanito en una calesita en la esquina de mi casa en Floresta. Hace 3 años, y viviendo ya en El Talar de Pacheco (en la otra punta del mundo), decidí llevar a mi hija menor por primera vez a una calesita y pensando y buscando una, encontré finalmente la de la plaza de Martínez. Hasta ahí todo más o menos normal... pero el cuento es que era la misma y atendida por la mismísima señora de la plaza de Floresta hace quichicientos años!!!

...QUE MIGRAN.

mw

Christian 10 dijo...

No creo que tu marido te considere mala madre... o que andes haciendo cosas en plazas mientras tu hijo se pierde en calesitas varias. Pero yo una vez, en Santa Teresita, con 4 años encima, mientras daba vueltas en la calesita, mis tíos (acompañantes de turno) cambiaron de asiento por una cuestion de "sol en la cara"... Yo, al no verlos, me bajé de la calesita y fui donde el señor de la calesita llorando para que me ayude a buscar a mis tíos. Un boludo... pero pasó.
Otro punto... ¿Por qué los grandes disfrutamos más de los juegos para niños cuando somos grandes?