domingo, 3 de junio de 2007

Cucupeto

Fefifo

Me pregunto cómo podemos compartir la misma Real Academia,
si uno viaja a España y no entiende la mitad de lo que dicen.

Lo que voy a decir no es ninguna genialidad, lo sé: la forma en que habla Ramiro, más precisamente la lengua de los nenes de dos-tres años, es muy cómica. No conviene distraerse en esta etapa, porque después empiezan a pronunciar todo bien y pierden la gracia.

Como todas las mamás, yo le entiendo a Ramiro el 95 por ciento de lo que dice, cuando la media normal para el resto de la gente ronda, por hacer una estimación casera y acientífica, en un 65 por ciento para familiares y personas allegadas, y un 20-30 por ciento entre los extraños que mantienen con él un encuentro ocasional.

Ramiro empezó a caminar de muy chico, y por lo general esta facultad suele venir acompañada de una modorra inversamente proporcional en el área verbal. De manera que al año y medio todavía señalaba todo con el dedito y casi no abría la boca, como Nico, el hijo de mi amiga Claudia, que con casi dos años juega al oficio mudo pero es más vivo que el nene de Hermanos y Detectives.

Eso sí: el día que Ramiro empezó a hablar no paró. Hoy por hoy mantiene diálogos con sus amigos, los amigos de sus amigos, los taxistas, el chico que reparte volantes en la esquina, las heladeras y los mosquiteros, por poner sólo dos ejemplos de ítems inanimados a los que Ramiro también es capaz de hacer conversar.

Pronuncia las cosas como puede, de modo que, igual que hacemos con un extranjero que en plena calle Florida intenta preguntarnos dónde queda el Cabildo con un background de español que no supera el "hola" y el "gracias", uno debe esforzarse por comprender el contexto de la frase; de dónde venimos y hacia dónde vamos.

A veces da pena que supere ciertas barreras encantadoras, como cuando decía "tishi" por taxi, y al tiempo le empezó a salir bien. Todavía al día de hoy, Horacio el diariero le dice "¿te vas a tomar un tishi?" y Ramiro lo mira con cara de "pobre, tiene dificultades para pronunciar bien taxi".

En muchas ocasiones toma el camino más largo pero al final llega al lugar indicado, como cuando dice "quiero subirme arriba de vos". Si algo no se le puede atribuir es vagancia: con un certero "upa" el mensaje sería el mismo, pero él se esfuerza por pedirlo como un nene al borde de los tres años.

Hace un tiempo, Ramiro llegó a casa con un término novedoso: Cucupeto. O cucupeto con minúscula, no sabría cómo escribirlo porque a pesar de que hace ya meses que le damos vueltas a la palabrita, aún no hemos logrado dilucidar su significado, mucho menos si se trata de un nombre propio, un sustantivo, un verbo o un adjetivo. Ramiro parece divertirse mucho con nuestra incógnita: después de un tiempo de comprobar que no importaba cuánto se empeñara en explicarnos, ni mi marido ni yo lograríamos entender el significado de Cucupeto (o cucupeto), empezó a otorgarle implicancias distintas cada vez. Un día nos dice -todavía lo hace- que es una rana, otro día un hipopótamo, y cuando está inspirado habla de herramientas para la ebanistería o teoremas matemáticos. Nosotros estamos bastante desorientados, y Ramiro se ríe.

Ahora llegó el fefifo. Sé que no es Fefifo con mayúscula porque se trata casi con seguridad de un sustantivo común, más concretamente una casita que Ramiro me señala en el folleto del pelotero donde vamos a festejar su cumpleaños dentro de poco. Para él, esa casita de plástico es un fefifo, y lo dice con tanta convicción y firmeza que me tomé la molestia de entrar al sitio de la Real Academia Española para comprobar si mi hijo ya empieza a tener más riqueza de vocabulario que yo. "La palabra fefifo no está en el diccionario", señala con buen criterio la RAE. "Siga participando", le falta decir.

1 comentario:

Zurdiandy dijo...

Buenísimo!!!!! Ahora esperá que te venga con palabras reales pero insertadas equivocadamente, como cuando Soli me pidió un "bucito de té" (en vez de saquito, finalmente un abriguito era, che!!)
Beso: Andy ;)