domingo, 20 de mayo de 2007

Gimme the Power (Ranger)


Cosa que el kiosquero describió como un Power Ranger que baila

Si la Mujer Maravilla se enamoró de un pelmazo que no veía que
era su propia secretaria, ¿qué nos queda a las mujeres sin superpoderes?

Había una época en la que Ramiro no miraba la tele; luego vino otra en la que sólo miraba Discovery Kids: Barney, Backyardigans, lo que yo describo como "dibujitos de líneas redondeadas", porque son todos como buenitos y suavecitos. Un día comenzó a pedir algo más hardcore y empezamos a surfear opciones hasta que caímos, inevitablemente, en la pesadilla de los Power Rangers. No sólo Ramiro; todos sus amiguitos están enloquecidos con los Power Rangers. La culpa la tienen los programadores de Jetix, que compraron todas las -numerosas- temporadas de estos engendros, colocaron las cintas una detrás de otra y desde entonces se están echando una siestita.

Para aquellos que vivan en la galaxia Andrómeda, los Power Rangers son unos señores que se mueven en quintetos, se visten cada uno con un traje de distinto color y se pelean todo el tiempo con enemigos que muchas veces tienen el cuerpo de un humano más bien esmirriado y la cabeza de un monstruo de esos de las películas del año del jopo, que no asustan a nadie y para los cuales cinco Power Rangers son un exceso. No puedo dar una descripción más acertada porque debo confesar que les tengo muy poca paciencia; he hecho intentos por ingresar al mundo de mi hijo sentándome a verlos un rato, pero invariablemente a los 10 segundos me asaltan unas ganas irreprimibles de trompearlos a los cinco a la vez.

Creo que los modelos de los trajes varían según la temporada, pero hay al menos una en que son claramente de una tela infame a la que en cualquier momento uno de ellos lanza una patada al aire y se le abre un siete en las posaderas. Otro karma es la cabeza: esos pobre cinco sujetos -que en definitiva son seres humanos que al final del día se cambiarán y se irán a tomar el bondi a casa- deben tolerar interminables grabaciones al borde de la hipoxia; otros superhéroes como Superman o la Mujer Maravilla al menos podían oxigenarse libremente, aunque también los hay que han tenido las vías respiratorias ligeramente obstaculizadas, como Batman o el Capitán América, sin olvidarnos de otros mártires del anhídrido carbónico como el actualmente en boga Hombre Araña. Dentro del rubro no debe haber nada peor que hacer de Empanada gigante que entrega volantes un mediodía de verano en Corrientes y Esmeralda.

Qué exactamente le atrae a Ramiro de los Power Rangers es un enigma más difícil de dilucidar que el asesinato de Olof Palme. Personalmente, yo no lo vi prestarle atención a la serie más de dos minutos consecutivos, pero Dios no permita que yo intente cambiar de canal, porque mi mano y el control remoto pueden llegar a terminar juntos entre sus dientes en una fracción de segundo.

Pocas cosas hay más indignantes que los muñecos símil Power Ranger que venden en jugueterías y kioscos. La mayoría de ellos se parece más bien poco a los originales, se les descascara la pintura en un santiamén y termina siendo un quinteto monocromático, no tienen ninguna estabilidad y, me van a disculpar que sea tan poco elíptica, pero hay una línea de Powers de kiosco que todos tienen pechos de mujer, y que yo sepa al menos todavía no hay ninguna temporada en la que los cinco sean féminas. Un día me molesté especialmente en observar si los caballeros Power ostentaban en promedio unos pectorales inflados a hormonas esteroides como los de los muñecos que tiene Ramiro, pero no sólo no lo comprobé, sino que además quedé bastante poco impresionada con el físico de los señores que hacen de Power Rangers; creo que la gente de casting podría haberse esmerado un poco más.

Hace algunas semanas, el kiosco en el que adquirí los Power de delantera prominente comenzó a ofrecer unos muñequitos de plástico que bailaban a cuerda, de un modo bastante descuajeringado. El kiosquero nos explicó que se trataba de unos nuevos Power Rangers danzarines, aunque el único punto de contacto que yo encontraba con los célebres personajes era que en ambos casos el perfil de la cabecita era calvo. Mientras Ramiro ingresaba en el ciclo "Mamá quiero-Llanto-Pataleo-Gracias mamita", yo lanzaba por los ojos unos rayos que le decían al kiosquero: "Señor, usted es un descarado". El me respondía también en silencio con una mirada penetrante que señalaba: "Señora, no tiente al destino. Estas bazofias vienen en varios colores, yo puedo hacer que su hijo quiera más de una".

Volvimos a casa, yo derrotada por el kiosquero y mi hijo feliz, blandiendo en su manito la Estafa del Siglo. Llegamos y me apuré a grabar el video que ilustra esta columna; como era de suponer, el Power Ranger más trucho del mundo no tuvo siquiera el poder para sobrevivir más de dos horas con todas las pequeñas piezas en su lugar.