jueves, 2 de agosto de 2007

El factor Manuel

Batería de implementos que necesita Manu para peinarse para una fiesta

Observo a mi marido bañarse por tercera vez en el día y pienso: lo que
debe haber sido de adolescente si ahora tiene tanta ducha por recuperar.

Voy a aprovechar que Ramiro todavía no lee ni interpreta, porque con los celos que le tiene al hermano si se enterara de que voy a dedicarle una columna de su blog a Manuel, creo que incendia todo Almagro. Pero se me impone la licencia: no puedo hacer un blog por cada integrante de la familia, así que por esta vez tomo prestado el de Ramiro para hablar del hijo mayor de mi marido, cuyas particularidades a esta altura merecen un post.

Manuel tiene 11 años, edad en la que en mi época éramos casi lactantes, mientras que hoy se llaman a sí mismos púberes o preadolescentes, y actúan en consecuencia. Ya están obsesionados con las chicas, aunque éstas suelen ir un poquito rezagadas; en las fiestas ellos las persiguen con el juego de la botellita -algunas cosas, sorprendentemente, no han cambiado tanto-, pero muchas de ellas todavía huyen de los besos en la boca como si hubieran visto al diablo. Sospecho que la truchada actual de festejar acá también Halloween partió de unos púberes urgidos de encontrar un nuevo marco para imponer el juego de la botellita.

Manu padece un caso grave de cinefilia. El otro día hacíamos cuentas: a su corta edad ya vio tantas películas o más que un adulto entrado en años, por no mencionar que se les atreve a un montón de clásicos en blanco y negro, y a algunos films de miedo y suspenso que a mí me crispan tanto que no los puedo ver ni a mis 38 años. Como mencioné en una columna anterior, ya escribió, co-dirigió y protagonizó su propio cortometraje, que, por cierto, se exhibió hace poco en algunos festivales de Asia y creo que está programado en varios más. Hoy en día refunfuña porque no se le ocurrió a tiempo hacer una panorámica desde el cielo y, por supuesto, le da una vergüenza bárbara mirarlo.

Gracias a Dios también sale a la calle, juega al fútbol y le gustan las chicas. Esto último sobre todo. Uno de los temas preponderantes en su vida actualmente es el look, cuyas bases estéticas no necesariamente coinciden con lo que los adultos consideramos deseable. Por ejemplo, lo que él califica como un corte de pelo "cool" para mí es un nido de caranchos e incluso llamarlo "corte de pelo" es casi una excentricidad; "ausencia del mismo" sería una descripción más acertada. Pero he aquí un nido de caranchos que, a diferencia de por ejemplo la moda hippie, exige toda una movida de producción: el otro día Manu se preparaba para ir a una fiesta y tuve que hacerle de peluquera: planchita para el flequillo hacia el costado y tapando bien a propósito el ojo izquierdo, y enruladora para unos pirinchos que le salían a los costados de la nuca y que para mí habrían estado mucho mejor discretamente escondidos que así paraditos como diciendo "ey, aquí estoy, miren cómo me escapo del peinado".

Desde hace un tiempo usa además un saco tipo Leonardo Simmons, que Dios lo tenga en la gloria, y un sombrero parecido al que usaba mi abuelo para ir a misa; bufandita colocada estilo negligé -o sea, no abriga ni media amígdala- y un pulóver de rombos que fue verlo en la vidriera y enamorarse de tal modo que para lavarlo hay que extirpárselo con bisturí y correrlo por toda la casa. Al pulóver.

El otro día estaba tirado en el sillón, mirando tele a la medianoche, totalmente superproducido para ningún público en absoluto. Se me ocurrió tirar el chiste "¿a qué hora arranca el horario de protección al niño lookeado?", y fue poco menos que si hubiera hecho un chiste involuntario con alguien que se acababa de morir, tipo los que le salen tan bien a Mario Pergolini. Tal parece que mi marido había lanzado un chascarrillo similar un rato antes, y el mismo no había encontrado una recepción jocosa por parte de Manu, que reaccionó más bien ofendido y ofuscado, como buen púber que él dice que es.

La buena noticia es que Ramiro, que habitualmente le envidia todo a Manu, quiere tener lo que él tiene y suele imitarlo en casi todo, por fortuna no entró todavía en la onda pelito-carancho/saco-Leonardo/bufanda-improductiva/sombrero-para-qué-cuernos. Ni en la movida chicas-botellita-besos en la boca. Pero como viene la cosa, si los chicos de hoy son preadolescentes a los 11 años, me imagino que a Ramiro, con sus 3 recién cumplidos, le quedan con suerte cuatro o cinco más de niño. Que Dios me ayude cuando cumpla 9.

2 comentarios:

Nacho dijo...

A mí me suena a pre adolescente normal y saludable. Y destaco que me parece bárbaro que tenga su lado cinéfilo-friki, que lo haga destacar del montón y ejercitar la creatividad.

Manu lee este blog?

Zurdiandy dijo...

Yo tengo en casa la versión femenina: se llama Sofía, tiene 13 añitos... De chiquita tenía un pelo divino, pesado, con "cuerpo", hasta que decidió cortárselo a la moda ("a los mordiscones" le digo yo): ahora es dueña de una melena indomable que ya pasó, además, por varios tonos de la paleta de coloración en pocos meses (yo a esa edad apenas me animaba de contrabando a agregar uas tapitas de agua oxigenada al enjuague para tratar de aclarar mis crenchas!!). La piba tiene más entradas en la peluquería que un chorro en la comisaría.
La forma de vestirse es un culto a la cebolla, solo que a mi entender, no hay coherencia en cuanto a nada: colores, formas y texturas se mezclan de una forma que verdaderamente no entiendo... En el idioma de mi abuela: un cachivache. Pero ella chocha: es re "cool", mami.