sábado, 31 de marzo de 2007

El doctor Gustavo

Cuadro de evolución del percentil de talla de Ramiro a los 27 meses

Me imagino a Ramiro con novia y barba
candado, yo llorando y el pediatra diciendo:
“Señora, esta relación me asfixia, debemos
terminar”.



Ramiro nació con un tamaño promedio, pero rápidamente picó en punta y entró en la categoría de meganiño. Es enorme, lo dice todo el mundo y lo corrobora el doctor Gustavo, con percentiles, estadísticas e instrumentos de medición adecuados.
El doctor Gustavo es un hombre amable y un profesional idóneo, que siempre me pareció que tiene un aire a Marcelo Bonelli, aunque mi marido se mofa de mí porque opina que no se le parece en absoluto. Lo cierto es que cada vez que Marcelo Bonelli sale por la tele yo me acuerdo del doctor Gustavo, aunque creo que a éste se le entiende un poco mejor lo que dice. Es realmente una persona abierta y serena. Yo siempre tuve cierto prejuicio en cuanto a que los pediatras deben padecer el síndrome Flavia Palmiero, vieron que se dice que en realidad ya estaba repodrida de los chicos y no los trataba muy bien, aunque no me consta. Lo cierto es que yo siempre me cuidé mucho de no molestar al doctor Gustavo llamándolo a su celular por cualquier sarpullido, no fuera cosa que se fastidiara y me terminara derivando a un pediatra de mal talante.
Más de una vez, durante el control de Ramiro, me dio ganas de decirle “Doc, ¿por qué no se viene a tomar unos mates y lo seguimos charlando en casa, mientras mi marido hace una picadita? Pero ahí siempre me agarra el complejo de inferioridad y se me ocurre que el doctor Gustavo, después del consultorio, debe asistir a importantes congresos de pediatría, o colaborar con la investigación de alguna vacuna infantil que acaso le valga compartir un Premio Nobel. Entonces siempre termino guardando la invitación para otro día y me despido sin más hasta dentro de dos meses.
El doctor Gustavo tiene realmente mucha paciencia. En una época yo solía tomar el último turno de la jornada, con lo cual lo agarraba bastante apaleado, después de todo un día de contestar cien veces las mismas preguntas idiotas de los padres primerizos, escuchar llantos de todos los tonos y aguantarse algún que otro bombero loco cuando el culito del el bebé sin pañal hace contacto con el frío de la báscula. Sin embargo, el doctor Gustavo siempre responde cada una de mis preguntas de madre-periodista como si fuera la primera vez que las oye, se ríe de mis bromas como si fueran ocurrentes y siempre enfatiza lo bien que se lo ve a Ramiro, que está fenómeno, que siga así. Es tan amable que una y otra vez llega al extremo de felicitarme porque Ramiro sigue en el percentil 97 de talla y peso, lo cual yo agradezco con una mezcla de pudor y sensación de fraude, ya que no estoy muy segura de cuál es mi responsabilidad en el percentil de talla de Ramiro, excepto por la pasiva portación de genes.
Pero el doctor Gustavo no es perfecto. Cuando Ramiro empezaba a pararse le consulté qué opinaba de los andadores; me dijo que no hacen mal a la columna ni tuercen las piernitas ni hacen que el nene camine más ni menos pronto. Pero que tuviera cuidado con los pasillos largos y las escaleras. Que sus hijos -creo que tiene dos nenes, o nenas, o uno y uno, la verdad no presté atención- se dieron algún palo con el andador por esta razón, cada uno a su turno. En ese entonces no lo conocíamos mucho, y con mi marido salimos del consultorio descostillándonos de la risa. Genial: de toda la cartilla de prestadores habíamos elegido para Ramiro un pediatra cuyos hijos se estrolaban en las escaleras y los pasillos.

viernes, 30 de marzo de 2007

El monito Tití


El perrito Fido 1



Si el señor Walt Disney alguna vez se descongela y sale
indemne del experimento, apuesto a que me inicia una demanda.



Desde que nació, Ramiro siempre fue un nene activo, simpático, inteligente y de lindas facciones. No lo digo porque sea la madre, tengo numerosos testigos que podrían corroborarlo. Ramiro es, además, un nene de manual: fue concebido exactamente cuando lo planeamos, nació pocas horas después de la fecha estimada, de parto natural y rápido como lo soñé siempre. Y, como indican los manuales, tiene un mejor amigo, el Monito Tití. Un muñeco de pelos largos y roña perenne que lo ayuda a dormir y lo consuela cuando se pega un palo -vive haciéndolo y no me condenen: al lado de él, el conejito de Duracell después de tomarse un estimulante es un zombie-. El Monito Tití vino a reemplazar al Patito Cua-Cua, que se extravió durante un viaje en un episodio sobre el que los restantes miembros de la familia hemos tendido un pesado manto de silencio, pero que dentro de unos 15 o 20 años algún analista se encargará de rescatar del inconsciente de Ramiro para que venga a facturármelo con IVA. Lo cierto es que la aparición del mono peludo me salvó la vida, o el sueño nocturno para ser más concretos. Acompañan a Tití varios otros muñecos, una especie de elenco secundario al que Ramiro acude a discreción.
A esta altura se habrán dado cuenta de una de mis más vergonzosas falencias como madre: aunque me gusta pensar que soy una persona con inventiva, mi imaginación a la hora de ponerles nombres a los peluches deja mucho que desear. Entre los muñecos secundarios se encuentra un perrito diminuto que le compré a Ramiro cuando tenía pocos meses. Le puse Fido. En su momento la adquisición puso en guardia al hermano de Ramiro, entonces de nueve años, que reclamó otro perrito igual, el cual, como era previsible, terminó a las pocas horas entre los chiches de Ramiro porque no tiene luces, ni sonido, ni muerde, ni dice palabrotas, ni juega a la Playstation. El primer perrito cambió entonces su nombre a Fido 1, y el segundo fue bautizado como Fido 2. Pero si creen que esto es patético, no se pierdan ésta: Yamila, la niñera de Ramiro, quien tuvo alguna participación en la triste pérdida del Patito Cua-Cua, se lanzó por toda la ciudad e incluso la provincia de Buenos Aires a conseguir uno similar, cosa que no logró. Pero terminó comprando, en La Plata, un pato suavecito que no se parece mucho al anterior, pero al menos es amarillo. Le puse de nombre El Pato de Yamila.
Durante un tiempo creí que a su corta edad Ramiro era incapaz de advertir mi falta de creatividad en ese campo, hasta que le compré unas sábanas de Mickey. Quedó alucinado con ese nombre: Mickey. Y, aunque entonces “papá” lo pronunciaba “babap” y “mamá” todavía era un vocablo que lo dejaba con la mirada ausente y los labios sellados cada vez que se lo reclamaba, se le notaba el empeño que ponía para tratar de pronunciar “Mickey”. Casi parecía que me agradeciera mi supuesta dedicación para inventarle por fin un nombre original a uno de sus amiguitos. Al día de hoy, yo me hago la opa. Para Ramiro, mamá es la creadora del nombre “Mickey”. Hasta que se demuestre lo contrario.