jueves, 5 de julio de 2007

El pequeño dictador

Una de las tantas puertas que Ramiro no puede dejar en paz

Recuerdo cómo me intimidaba el recurrente "bajo mi techo se hace
lo que yo digo" de mis padres, y me digo: qué falta de carácter la mía.

Manu perdió la paciencia, y yo temo que pronto comience la Tercera Guerra Mundial. Si lo piensan, no es tan descabellado: no soy la única que cree que, en este mundo globalizado, súper interconectado y tecnológicamente avanzado, un día por una pavada doméstica un señor con acceso al Botón Rojo lo accionará y nos mandará a todos al horno. Ese incidente iniciador bien podría ser un altercado entre judíos y musulmanes, una disputa racista en algún suburbio parisino, una palabra de más pronunciada por algún ministro poco diplomático, o una pelea entre Ramiro y su hermano Manuel por quién ocupa la esquinita del sillón colorado para ver Los Simpson.

Quienes leyeron la columna anterior "Manutísimo" recordarán que, entre otros detalles, yo contaba cómo me sorprendía la paciencia con que Manuel, de 11 años, soportaba los embates de Ramiro. Hoy debo decir que no me sorprende en absoluto cómo ya no se los aguanta más, y realmente no es su culpa.

En los últimos tiempos, Ramiro pasó de ser un nene enérgico, divertido, de buen humor perenne y bastante obediente, a ser el Mussolini de Almagro. Y Manu no es el único que le pierde la paciencia, excepto que los adultos no podemos agarrarnos a las trompadas con un niño de 3 años.

Las puertas. Qué onda con las puertas. Acá quizá otros padres podrán ayudarme, porque ésta realmente no la tenía, y eso que yo me leo todo sobre crianza: desde hace un tiempo, Ramiro está obsesionado con cerrar todas las puertas de la casa, dejando a su paso gente encerrada en las distintas dependencias de nuestro hogar, porque en algún caso lo hace con tanto ahínco que se cae la manija y se complica la reapertura.

Todo comenzó cuando Ramiro empezó a aislarse para hacer caca, disculpen la falta de sutileza. Eso sí es un clásico: empiezan a esconderse y no quieren que uno los mire. Así, Ramiro empezó a encerrarse. Pero ahora lo hace todo el tiempo, y, lo que es peor, para acceder de un sector de la casa a otro hay que hacer toda la absurda pantomima de tocar el timbre y esperar que Ramiro abra la puerta, o levante la barrera para que pasen los autos, o cualquier otra opción de ésas que uno termina inventando y ante la cual agradece no estar participando de Gran Hermano y que todo el país esté viendo las ridiculeces que uno debe hacer para alcanzar el destino cocina, procedente del punto living, y preparar la ensalada.

Retomando el principio, la cosa se pasó de castaño oscuro con Manu. Ramiro reclama cada sector de sillón en el que a la sazón esté sentado su hermano, y con frecuencia pretende directamente vetarlo del área de la televisión, aun si Manu accede a mirar la programación que Ramiro elige y promete quedarse callado todo el tiempo. Como es obvio, un día Manu se cansó, empezaron a darse duro, y hoy estamos por eso al borde de la Tercera Guerra Mundial.

Pero Manu no es la única víctima de esta joven dictadura: el portero y el diariero, otrora figuras favoritas de Ramiro, cayeron en desgracia, cada uno a su turno. Ambos desplegaron estrategias para recuperar el afecto de Ramiro, con éxito desigual. Horacio el diariero encontró el yeite ofreciéndole bolsitas de plástico para que ponga el juguetito que Ramiro con frecuencia trae en la mano, hasta que una oferta tan modesta dejó de ser atractiva y el pequeño dictador volvió a darle la espalda cada vez que sale de casa. Domingo el portero se ve que tiene más calle: directamente lo soborna cada tarde con una golosina, que al principio era entregada a primera hora de la mañana, originándome un incontrolable ataque de urticaria. Ver columna anterior "El chupetín de las 8 de la mañana" para comprender.

Todos nos preguntamos a qué se debe este súbito cambio de carácter, y las opiniones difieren. Algunos consideran que el tema de dejar los pañales lo tiene un poco alterado, mi madre asegura que es un estado que dura hasta los cinco años -"después se ponen más colaboradores, pero pierden toda la gracia", afirma sin piedad-, y yo descubrí un buen recurso: digo que heredó el mal carácter de mi marido. Quienes lo conocen y saben que es más pacífico que Lassie suelen o bien reírse, o poner cara de desconcierto. Con este pequeño pase mágico, yo logro al menos distraer el pensamiento de quienes a lo mejor iban a llegar a la conclusión de que Ramiro está pareciéndose cada vez más a su mamá.

2 comentarios:

Nacho dijo...

Esperemos que la nona tenga razon :)

Capaz a los 5 años magicamente cambia de carácter.

En cuanto a la triquiñuela para desviar los pensamientos ajenos... muy maquiavélico y muy inteligente.

Segura que va a ser Ramirito el accione el Boton Rojo?

ô_ó

marcelo lamas dijo...

No te preocupes Gabi, yo tengo a Ezequiel de 2.25 años y tiene la costumbre de cerrar la puerta con llave y tirarla por debajo hacia el otro lado, solucion las llaves estan colgadas de un gancho a 2m al lado de las puertas (no ovidar colgar la llave), yo lo tomo como normal, pero noto que a veces estoy por perder la paciencia (tomo aire y continuo), te felicito por los relatos que sigo frecuentemente, ya que son casi nuestras propias vivencias.
un saludo eze, pau, y marce