
Recuerdo a Axl Rose mostrando el trasero por la ventana del Hyatt
y me prometo a mí misma: mi hijo nunca irá al coro del colegio.
Ramiro es un enamorado de la música, y la situación me preocupa un poco. Es decir, si el día de mañana se revela como un Beethoven los inconvenientes actuales serán una anécdota, pero actualmente su fanatismo por algunas melodías le provoca simpatías que podrían derivar en que en el futuro sea citado por la Justicia como testigo -espero que no sea como imputado- en resonantes casos policiales.
Bien tempranito todos los sábados Ramiro y yo vamos juntos al club, en el auto, escuchando la radio. Siempre a la misma hora, en el programa de Tenenbaum un columnista habla de las novedades –o ausencia de ellas- en el caso García Belsunce, y cierra el comentario una canción breve de humor bastante negro cuyo estribillo es un pegadizo “qué cosa, qué cosa, qué cosa Carrascosa”. Ramiro enloquece cada vez que la escucha, y cuando termina me la reclama de nuevo. Como todavía no entiende bien la diferencia entre radio y CD, el resto del viaje me martilla los oídos al grito de “poné Qué cosa Carrascosa, poné Qué cosa Carrascosa”. Yo, para salir del paso, le prometo que se la voy a comprar en Musimundo. Creo que me voy a ir al infierno.
Inclinaciones carcelarias al margen, Ramiro está todo el día cantando canciones, en su mayoría inocentes melodías infantiles. Yo no sé si los otros nenes hacen lo mismo, en realidad podría preguntárselos a las numerosas personas con hijos que conozco, pero nunca lo hice. A lo mejor esta columna provoca que algunas colegas mamás -o papás, o acaso jóvenes de 18 años distanciados de su madre- comenten sus propias experiencias como pasó con la pistolita de agua, que –ya sea en público o en privado- me valió varios mazazos por la cabeza.
Lo cierto es que Ramiro canta todo el tiempo; mientras juega con los Lego, a la hora de comer –más bien, EN LUGAR de comer-, cuando lo cambio, en la bañadera, en fin, nada detiene sus veleidades musicales. Y sé perfectamente a quién salió: yo soy de esas personas que están todo el día tarareando por lo bajo y muchas veces no se dan cuenta; en ocasiones incluso en lugares o momentos inadecuados, como velorios, exámenes o discusiones fundamentales con mi marido.
A veces se produce entre Ramiro y yo una especie de colisión musical, en la cual ambos nos descubrimos entonando cada uno la melodía de su preferencia, in crescendo. Por lo general la batalla se salda con Ramiro diciéndome “vos no cantes” y yo haciendo mutis por el foro, pensando si en verdad lo hago tan mal que mi propio hijo me manda a callar.
De todos modos no creo que lo haga porque desafine; su oído no parece estar aún suficientemente desarrollado como para distinguir matices en este aspecto. De lo contrario, no tendría la adoración que tiene con el profesor de bajo de su hermano Manuel. El profesor de bajo es un muchacho de lo más simpático y atento, que cada vez que viene a casa a darle clases a Manu trae un par de partituras con melodías infantiles para hacer una especie de sobremesa con Ramiro, que disfruta como loco cantando con él y haciendo que toca el bajo y la guitarra. Pero voy a ser completamente honesta: si el profesor de bajo en lugar de cobrar por enseñar a tocar ese instrumento lo hiciera por dar clases de canto, yo lo denunciaría sin dudarlo un instante a Defensa del Consumidor.
Pero el profesor de bajo no es aparentemente el único desafinado del coro de ángeles que rodea a Ramiro: una vez en una reunión de padres en el jardín la directora Liliana comentó, a cuento no me acuerdo de qué, que el profesor Fernando, maestro jardinero de Ramiro -sí, Ramiro tiene un maestro jardinero varón-, canta como para espantar monstruos. Desde entonces, me muero por escuchar cantar al profe Fer, y ya estoy pergeñando la manera. Cuando me cite para darme el informe de cómo evoluciona Ramiro en el jardín, pienso decirle que me cante la de "Pepín, Pepón, el oso rabón" o lo que sea que dice una canción con la que Ramiro me enferma desde hace meses, reprochándome que no sé la letra ni se la entiendo a él. Al profe Fer no le va a quedar otra que cantármela, todo sea por el desarrollo musical de Ramiro. Después les cuento.